El otro día leímos que al CD le quedan dos telediarios y que, posiblemente, las discográficas dejen de vender este formato, que se unirá así, al club de los poetas muertos formado por los discos de 5 1/4, los de 3 1/2, los de vinilo, las cintas magnetofónicas, las máquinas de escribir y un larguísimo etcétera, al que habría que añadirle otro más largo aún de objetos que agonizan en el mercado, como las pizarras de tiza, los DVD, los telegramas, las tarjetas de crédito, o las dichosas llaves.
El devenir de los objetos que nos rodean nos hace caer en la cuenta que el tiempo vuela. Tempus fugit. Resulta epatante comprobar cómo, según algunos autores, el tiempo estático que vivimos es, en realidad, una serpiente que se retuerce y se extiende desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte. Y cómo, según la teoría del desdoblamiento del tiempo, podemos elaborar potenciales por medio de nuestro pensamiento. Cosas complicadas de interiorizar -o ni siquiera de imaginar– en una tarde de domingo. Sobre todo teniendo en cuenta que otros autores mantienen que, simplemente, el tiempo no existe. Sería una ilusión.
Sea como fuera, encaramos el final del fin de semana. No sabemos si el tiempo existe, es una convención, si nos movemos en las 3 dimensiones que somos capaces de ver, o en las 10 que algunos aseguran que existen en realidad. Pero acaba el domingo y nada mejor para terminar que hacerlo con esta canción, de brillante letra, del último disco de Manolo García. Mientras no nos demuestren lo contrario, para nosotros… Tempus fugit.
[…] las entradas que, lentamente, van construyendo la historia de Sala de lectura. En la titulada Tempus fugit, hicimos una relación de utensilios de todo tipo que hemos visto desaparecer, o que lo harán en […]
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