Te preguntarás a quién llamo ocupados. No creas que me refiero exclusivamente a los que no echas ni con perros de los juzgados, los que ves brillantemente sofocados por sus seguidores o denigrados por los contrarios, aquellos cuyas obligaciones hacen salir de sus casas para golpear en las puertas ajenas, o los movidos por el infame lucro de la subasta, materia de absceso. El de algunos es un ocio ocupado. En su finca o en la cama, en plena soledad, aunque estén retirados de todas las cosas, son molestos para sí mismos. Lo de éstos no debe llamarse vida ociosa, sino ocupación desidiosa. ¿Tú llamas ocioso al que colecciona con minuciosidad ansiosa bronces de Corinto, que son valiosos por la chifladura de unos pocos, y pasa la mayor parte del día entre laminillas roñosas? ¿Al que se sienta en el gimnasio (porque, oh escándalo, ni siquiera nuestros vicios son romanos) para asistir a luchas de muchachos? ¿Al que clasifica sus rebaños de jumentos por edades y pelajes? ¿Al que ceba atletas de última moda? ¿Cómo? ¿Llamas ociosos a quienes pasan muchas horas en el peluquero mientras se cortan lo que acaso creció la noche anterior, deliberando por cada cabello, restaurando la cabellera desordenada o, si es rala, haciéndola ir de acá para allá sobre la frente? Cómo se encolerizan si el peluquero ha estado un poco descuidado, creyendo que rapaba a un hombre. Cómo se encienden si cae un pelo de su tocado, si queda alguno fuera de la raya y si todos no recaen en sus debidos bucles. ¿Quién de ésos no prefiere un desorden en la república antes que en su peinado? ¿Quién no está más preocupado por la decoración de su cabeza que por su salud? ¿Quién no prefiere ser elegante que honrado? ¿Llamas ociosos a los ocupados entre el peine y el espejo? ¿Qué decir de los delicados a componer, oír y aprender canciones, que tuercen las voces, cuya recta emisión la naturaleza hizo del modo mejor y más sencillo, en flexiones de modulación insípidas a más no poder, y cuyos dedos siempre canturrean midiendo cantos en su interior, en tanto ellos, incluso convocados a cosas serias y hasta tristes, se les oye un tarareo silencioso? Ésos no tienen ocio, sino vano negocio.
No seré yo quien incluya los banquetes de ésos entre los tiempos de ocio, cuando veo con qué solicitud ordenan la plata, qué diligentes son para ceñir las túnicas de sus prostitutos, qué pendientes están de cómo su cocinero emplata el jabalí, de con qué celeridad y a una señal dada acuden a su cometido los depilados, de con qué arte se trinchan las aves en trozos no irregulares, y de con qué presteza limpian los infelices niños los vómitos de los borrachos. De ese modo se consigue fama de elegancia y refinamiento, y hasta tal punto acompaña la aberración todas las pautas de su vida, que no comen ni beben sin ostentación. Tampoco contaré entre los ociosos a los que usan silla y litera para su transporte, que acuden a las horas de paseo como si no fuera posible prescindir de ellas, ni a los que tienen uno que les avisa cuándo tienen que lavarse, cuándo nadar y cuándo cenar; su aflojado ánimo a tal punto está disuelto por la molicie que no pueden saber por sí mismos si tienen hambre. He oído decir de uno de esos delicados -si se puede llamar delicadeza a olvidarse de su vida y de las costumbres humanas- que una vez sacado del baño por varias manos y depositado en la silla, preguntó: ¿Ya estoy sentado?. ¿Tú crees que quien ignora si está sentado sabe si vive, si ve o si está ocioso? No es fácil decir si merece más piedad por ignorarlo o por hacer que lo ignora. Sufren, sin duda, el olvido de muchas cosas, pero también lo simulan de otras tantas. En algunos vicios se deleitan casi como si fueran pruebas de felicidad, pues parece propio de un hombre humilde y despreciable saber qué hace. Y ahora, vete a creer que los mimos inventan muchas cosas para reprobar el lujo. Pues, por Hércules, pasan por alto más cosas de las que inventan, y es que de tal modo ha progresado este siglo ingenioso la abundancia de vicios increíbles, que podemos reprochar descuido a los mimos. ¡Que haya alguien tan consumido por la molicie que tenga que consultar a otro para saber si está sentado! Ése no es ocioso, tienes que ponerle otro nombre; es un enfermo, o mejor, está muerto. Ocioso es quien tienen el sentimiento de su ocio. Pero ése, apenas vivo, que necesita una indicación para hacerse cargo de la postura de su cuerpo, ¿cómo puede ser dueño de tiempo alguno?
Lucio Anneo Séneca. Sobre la brevedad de la vida, el ocio y la felicidad.