La industria farmacéutica está más cerca de lo que piensas

pacto-con-el-diablo (1)En pleno período prevacacional hoy hemos leído 2 artículos que nos han inquietado especialmente, porque hablan de la versión maligna de una industria farmacéutica que, como la carcoma, digiere los pilares de los sistemas sanitarios públicos. En este caso, del británico, aunque no creemos que en España la situación sea muy diferente.

El primero de ellos ha aparecido en The Guardian que, con el elocuente título de NHS bosses paid by drug firms comienza afirmando que el personal del NHS que decide qué fármacos van a ser utilizados por los médicos de familia y en los hospitales están cobrando dinero como consultores de los laboratorios farmacéuticos con el objetivo de que el sistema sanitario los cambie a los que ellos comercializan. La trama, una auténtica oda a la laxitud moral que nos invade, afecta al equivalente de nuestras comisiones de farmacia y actuaría, según el tabloide británico de la siguiente forma:

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Todo esto se conoce días después de que supiéramos que el año pasado la industria farmacéutica pagó 59 millones de euros a los profesionales sanitarios en el Reino Unido. En nuestro país, de momento, no hay cifras al respecto, a pesar del empacho de transparencia de los últimos años.

El segundo se ha publicado en el BMJ y su autora es Margaret McCarteny quien pasó recientemente por Sala de lectura a cuenta de la peregrina patente de indicación de pregabalina. En esta ocasión y con su habitual contundencia, McCartney denuncia que enfermeras y farmacéuticos empleados por la industria farmacéutica están trabajando en atención primaria revisando la prescripción, a menudo sin el conocimiento de los pacientes. El mecanismo es el que se describe: el laboratorio en cuestión a través de empresas intermediarias contrata a estos profesionales sanitarios para que evalúen los registros de los pacientes y hagan recomendaciones en línea con las guías de prescripción. Todo ello en el marco de acuerdos de colaboración entre entidades públicas y privadas. Otras estrategias tienen a la formación como protagonista, citando varios ejemplos. Así, Pfizer financió un taller de optimización del uso de medicamentos en ICC, aunque esta práctica también puede llevarse a cabo de forma indirecta, a través de una empresa interpuesta.

En España, la situación no es diferente De lo que ocurre en las comisiones de farmacia no vamos a hacer ningún comentario, porque se circunscribe a lo que cada cual considera ético -dado que el conflicto de intereses se ha convertido en un concepto muy elástico- sin menoscabo de las quisicosas penales y fiscales, que también tienen aquí su lugar. Y nos vamos a centrar en las cuestiones estructurales que a nadie se le escapa son las más relevantes.

Las estrategias más modernas (y, posiblemente, eficaces) para implementar las recomendaciones de uso adecuado de los medicamentos pasan por las auditorías terapéuticas en las que los médicos de familia, de forma o individual o en equipo evalúan una serie de criterios (previamente definidos) en una muestra de sus historias clínicas. O por la revisión sistematizada de los tratamientos, en el marco de una estrategia de conciliación de los mismos, cuando el paciente transita entre los dos niveles asistenciales o deprescripción, para eliminar medicamentos innecesarios, ineficaces o potencialmente peligrosos.

Ejecutar estas estrategias requiere que los servicios de salud dediquen una cantidad de recursos importante: hace falta personal entrenado que debe actuar en el contexto de programas de evaluación -esta vez sí- de la calidad de la prescripción, incardinado entre los clínicos. La apuesta no es baladí y su fin es garantizar un uso seguro, eficaz y eficiente de los medicamentos, lo que redundaría en una mejoría de la calidad y los resultados asistenciales.

La industria farmacéutica sabe del calado de estas medidas y, en su afán controlador, financia becas de investigación con las que, al parecer, paga directa o indirectamente, a personal sanitario que se dedica a las funciones ya mencionadas. El juego, es el mismo que en el Reino Unido. A esto hay que añadir, la última moda en los servicios de salud: firmar convenios de colaboración en los que el gran protagonista es la formación continuada. Por supuesto, en los temas estrella (léase más rentables) y con la maraña farmacológica actual como telón de fondo.

En este blog siempre hemos defendido que otra industria farmacéutica es posible. Y que la que antepone su cuenta de resultados a cualquier otra consideración, está llamada a desaparecer. Es posible que los citados convenios de colaboración se sitúen en este contexto. Pero también es posible que el dinero fresco de los laboratorios, su afán por mejorar una imagen vapuleada y la presión de un mercado cada vez más competitivo, hayan sido la materia prima para construir un gigantesco caballo de Troya con el que entrar hasta la cocina de unos depauperados servicios sanitarios.

El otro día Javier Padilla se preguntaba en su blog si podemos permitirnos la sanidad que queremos. Sinceramente, pensamos que sí. Pero con reservas: hace falta una refundación del Sistema Nacional de Salud en la que -literalmente- nos jugamos su supervivencia y que en el área del medicamento pasa por, entre otras cosas, revisar qué se financia y a qué precio, amén de decidir si -de una vez por todas- nos dedicamos a evaluar nuestro trabajo más allá de unos indicadores de uso relativo cada vez más inadecuados, que tuvieron su razón de ser hace décadas y que hoy por hoy son manifiestamente insuficientes.

Mientras tanto, más le valdría a los servicios de salud regionales meditar las consecuencias de cada paso que dan en sus alianzas estratégicas con una industria farmacéutica que mucho tiene que cambiar (y demostrar) antes de que podamos confiar ciegamente en sus buenas intenciones. Y de paso, más le valdría a esos mismos servicios confiar en sus profesionales para organizar la gestión del conocimiento, la formación continuada y la evaluación de la prescripción. Nos parece increíble que organizaciones constituida por decenas de miles de profesionales que atesoran un capital intelectual inconmensurable tengan que externalizar, aún de forma subrepticia, estas tareas. Más cicatería, no cabe. Y más torpeza, tampoco…

8 comentarios

  1. Considero bienvenida toda llamada de atención sobre el poder corruptor de la industria farmacéutica, pero que nadie crea que por mantener a la industria a raya se libra uno de ser corrompido. Mientras que la industria procura el gasto -nuevos fármacos, más caros, a veces no más útiles, o poco menos peligrosos, prescripción masiva en patologías prevalentes…-, las empresas para las que trabajamos los profesionales sanitarios. incluidos los sistemas públicos de salud, tienden a propiciar el ahorro -genéricos de cuestionable calidad, adquiridos mediante «subastas», fármacos a veces antiguos, igual o menos eficaces, a veces más peligrosos, indicaciones sin control de los fármacos «baratos» y restringidas de los costosos, -, y sus herramientas son las mismas: halagos, promoción «personal» -unos te hacen K.O.L., otros «jefecillo», y dinero, en especie o en forma de incentivos. Hay que estar vigilante y precavido ante ambas amenazas corruptoras, pues ambas pueden ser igualmente peligrosas para los pacientes, y mientras que ante la corrupción de la industria hace tiempo que somos extensamente alertados, lo que le obliga a «purificar» sus métodos -como se detalla en los artículos que comentas-, de la otra corrupción, más inesperada, más interna, apenas habla nadie. El equilibrio profesional y ético no es fácil. Cave canem.

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    • Hola, Pepe:

      Estoy parcialmente de acuerdo contigo: la Administración -así, a lo grande- de la que, por cierto, tú y yo también formamos parte, no es precisamente la madre Teresa de Calcuta. Pero de mi experiencia de años (reconozco lo limitado de su valor) te puedo decir que nunca, en ninguna comisión, reunión, grupo de trabajo… se me ha instado a formular recomendaciones en uno u otro sentido ni me he sentido manipulado o coaccionado para orientar mi trabajo. Todo lo contrario, he podido decir bien alto lo que me ha parecido, con toda libertad y, en mi periplo por la Subdirección de Farmacia me pude permitir ser el «Pepito Grillo» en muchas ocasiones (lo cual por cierto, ni me daba ni me quitaba la razón) sin que eso me haya perjudicado personal o profesionalmente. Con los «jefecillos y jefazos del SAS» tengo muchas, muchísimas discrepancias. De formas y de fondo. Pero como lo cortés no quita lo valiente, tengo que decir públicamente que, hasta la presente, me he sentido respetado en la discrepancia.

      En otro orden de cosas, me niego a poner en el mismo plano moral a determinada industria farmacéutica (la que aquí se critica, aunque como sabes, no es al única que existe) y a la Administración para la que trabajo. No obstante, reconozco que no soy imparcial en este tema, como se recoge en el apartado de «conflictos de interés» de la Autoría.

      Un cordial saludo y gracias por tu comentario.

      CARLOS

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      • Fíjate, Carlos, que no he hablado de «represalias», sino de incentivos, económicos como tales si se cumplen determinados «objetivos», o «halagadores», como que te permitan entrar en sus salas de reunión, y pisar sus moquetas, pasearte por los «Servicios Centrales» como si formaras parte de ellos… hacer que te sientas importante, en definitiva, ese venenillo tan dulce. Administración somos también nosotros, cierto es, cada uno en la medida de sus posibilidades, unos más y otros menos. Algunos son administración pura, otros tenemos otras cosas que hacer. ;-)

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      • No olvidemos quien paga el sueldo de los trabajadores que tanta ilusión nos hace a final de mes. Si no estás de acuerdo con determinados halagos o incentivos, tu profesionalidad debería impedirte trabajar en esa empresa. Es muy fácil llamar corruptos a los que te pagan y te halagan pero difícil reconocer que las cosas se pueden hacer mejor.

        Lo fácil es cobrar y ser colegas de la industria, así se gana por todas partes. Lo difícil es trabajar de manera eficiente y dar la espalda a novedades terapéuticas que no aportan valor… porque claro, los veo cada día, y son tan majos…

        Gracias,

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